miércoles, 7 de noviembre de 2012

extranjera


Le doy la bienvenida al olor a húmedo otoño que llega a mi nariz, mientras piso una manta deshecha de hojas empastadas con la llovizna constante y alguna nevada. Mis pies se acostumbran a un nuevo suelo y mis ojos recorren nuevos rincones que llenaré con recuerdos. Hacer de un nuevo suelo mi tierra, mientras aún arrastro los anclajes de una vida. Los arrastro despacio, aún no llegan. Pero tiro constantemente, en cada palabra nueva de este idioma extraño y complejo que me rodea. Tiro cada vez que me acostumbro a una comida, y tiro mientras aprendo a tomarme un tranvía o la conexión con algún colectivo. Estos pasos llevan tintas, tintas invisibles que van llenando todo alrededor de historia personal. Una historia a futuro que quiere ser, un intento un tanto descocado que probablemente nació de un impulso que se convirtió en constancia. Esas cosas que cada tanto pasan. Y se quedan. Siguen… quizás hasta se terminen. Pero hoy el sol en su corto y apresurado recorrido de las estaciones frías brilla, y creo que acá puedo armar mi nido, y quedarme. Calentita aún no, porque mis huesos tiritan y mis venas guardan bien lejos de la piel mi sangre tibia.
Todo es nuevo, todo es esfuerzo, todo es un empujar diario hacia adelante y forzarme a no mirar atrás. Porque atrás quedan las risotadas, atrás quedan los ‘che boluda’ y los ‘hace dos horas que estás con ese mate’. Los ‘la reputísima madre’ y los ‘daaaaale chabón’ me los traje; no sé cuánto tiempo se queden por estos lares, pero por ahora andan libre y panchamente por acá.

Me vine sola, pero no siento la soledad. Estos aparatitos nuevos y los mensajes intangibles hacen que las distancias casi desaparezcan, y tengo una única pero leal compañía. Por ahora va todo bien. Sigo con traje de astronauta en lo que parece ser un planeta distante. Estoy investigando y aprendiendo las costumbres y formas de esta civilización tan semejante y tan diferente. Va a llegar el día en que me saque el traje y camine como el resto. Mientras tanto, hablo como una nena de dos años, a quien el lenguaje le queda demasiado grande como para moverse con soltura y determinación por ahí.

Por ahora, sigo marcando con mis botitas cada rincón, cada escenario y cada nueva mini-aventura en la expedición del nuevo hogar.