Encontré a la niña en esa enorme mansiòn de muñecas. Tan fría, tan húmeda, tan insalubre. La vi acurrucada en un rincón, con la mirada escondida. Podía ver en sus brazos el indicio de una enfermedad galopante, probablemente producto de las paupérrimas condiciones sanitarias del lugar. Y la humedad. Entré en la mansión y podía jurar que los dedos se me iban arrugando minuto a minuto por ella, y casi que podía sentir el leve crepitar de un musgo verde avanzando desde mis zapatillas gastadas a todo el cuerpo.
Sé que ella me oyó caminar, acercarme. Sé que incluso me escuchó entrar, y antes de eso. En ese silencio tan solemne se podía oir el corazón de un colibrí insomne que recolecta su néctar en un jardín lejano. Y no se inmutó. Por un momento creí lo peor. Lo que yo creí era lo peor al menos. Sin darme tiempo a reaccionar, se levantó y con un rugido chillón abrió la boca y lanzó en mi dirección un... "algo". Y ahora que lo pienso, no lo lanzó, pues tenía vida propia. Era una especie de planta carnívora hecha de fibras extrañas. Al menos eso pude ver en la velocidad en la que ocurrió todo, en esa húmeda húmeda húmeda oscuridad.
Ahora espero silenciosa, mis ojos ya se van cubriendo de un verde espeso. Aguardo que ella nos alimente, ya que somos varios los que acá esperamos entre el musgo, entre los hongos húmedos. Todos juntos respiramos y el vapor de nuestros poros se ve más por las noches, denso, pegajoso, húmedo siempre húmedo. Y no me quejo, me tocó la pared que queda justo mirando hacia la ventana, en donde hoy veo una luna blanca, imponente, amenazante. Tan grande que parece que todo lo va a aplastar. Tan blanca que parece verde, hecha de líquen, de musgo.

Otro freakshow monster.