martes, 6 de mayo de 2014

Pequenias concesiones

Finalmente, el sol salió. Un sol de invierno, pero que se hizo sentir, con el cuello estirado, el mentón en alto y los ojitos cerrados. Lo seguí todo el día como un girasol. Lavar la ropa para que se seque al sol, solo una excusa para sentir los rayitos de luz tibios. Tenía visitas, excusa perfecta para una caminata de horas, saltando charquitos de sombra siguiendo el camino del sol. El día entero, con esa dosis de sol que tanto necesitaba. Y no fue suficiente. Hoy tengo que hacer el trabajo de ayer, y quizás el de maNIana. Pero no tengo jefes, no tengo alguien respirando en la nuca. Por qué no? pensé para mí. Puse en el hornito las empanaditas congeladas, hechas con tanta dedicación aquel domingo de gris helado. Hm... quizás podría... y destapé nomás la cervecita. Y pues, será que la ventana enorme invitaba al sol en mi espalda, mientras trabajaba, y mientras tomaba mi cervecita al sol de invierno, con el gusto hogareNIo de las empanadas y la música que solo acompaNIa mi soledad cotidiana hoy sonriente.