viernes, 6 de noviembre de 2009

Manifiesto de una nena caprichosa

Me preguntaron qué carrera iba a seguir. Y en que iba a invertir mi vida. De qué voy a vivir, en dónde, cómo, con quién. Me voy a casar? Y yo qué sé! y entre tantas preguntas, nadie me preguntó si quería crecer.

Tangentes, puntos de inflección, máximos y mínimos, picos. En el medio, el zigzagueante paseo donde encontrar espacios para rellenar, mirando el paisaje que rodea los caminos que armo. Oler, ver, tocar; sentir y atesorar.

No, no quiero crecer. Me rehúso solemnemente a la resignación. Objeto seriamente a la madurez de aplomos y plomos. Reniego a ser una contribuyente activa al vaivén sensato de lo que corresponde.

No quiero dejar de ser la charlatana insoportable que salta como satélite molesto alrededor de todo, perder la avidez del constante asombro infantil. Y los caprichos. Cada cita, cada trabajo, y los cambios. Todo tomarlo como una travesura infantil; errores y katraskadas al por mayor (y no dejar de inventar palabras y hablar con poca propiedad). Otorgarle a la mayoría de las asuntos la poca seriedad que merecen.

Llegué hecha una estopa, con los ojos como lijas y ojeras y el pelo húmedo e incoherente digno de dìas pesados de lluvia densa de tan fina. Y sin embargo, una risa pícara ríe solita en el fondo. Recuerda una travesura, un hurto del tarro de los caramelos.

Y sigo siendo un lemming.