jueves, 31 de mayo de 2018

Limones

Hoy compré limones. Para ser puntual para buscar a Tobi al jardín ya iba tarde, asique pasé primero por el supermercado así no tengo que ir con él, lo cual es una tortura. Cuando llegué al supermercado recorrí la lista de las compras y comencé el proceso de descifraje. Tengo que hacer una torta para mañana. Tengo un trabajo nuevo y tengo que llevar una torta o algo para convidar. Obviamente quería quedar bien con todos con la esperanza de que sea la mejor torta del mundo. Aunque conforme fueron pasando los días me dí cuenta de que no tengo tiempo de hacer una torta (aunque me sobre para buscar recetas en internet, hasta encontrar la mejor receta del mundo). Fui desesperando de a poco. Como de cero a mil en un segundo. En mi defensa, no es muy higiénico cocinar en el baño, pero ahí sí se pueden buscar recetas. Y no digo que me pase horas en el baño escondiéndome de mi hijo mirando recetas en Internet. Sólo que en el baño no se cocina. Ni se debería cocinar. Esto de ser mamá, maestra jardinera y esposa es más difícil de lo que pensaba. Creí que mágicamente me iba a convertir en una mamá como ésas que recuerdo de mi infancia. Mamás seguras que todo lo pueden, todo lo saben y van malabareando la vida como nenas jugando en el patio del colegio. Pero no, mi vida es un despelote de pelotas parranderas desparramadas por todas partes. Si agarro una, se me caen cuatro, y sólo creía que tenía dos. Vi los limones sobre la mesa y se me dio por escribir. La torta, mientras tanto, se quemó y no tengo idea si Tobi duerme en su cuarto o si tiró su cama por la ventana.

Tobi no duerme. Pero está acostado. Me olvidé de ponerle el pañal. Sólo pido misericordia. Y que la torta se arregle mágicamente para mañana. Me sirvo más vino. Me tengo que acordar del regalo de cumpleaños de Axel y de llevar ropa de cambio al jardín de infantes. Hace un mes que me lo piden y me sigo olvidando. Algún día también tengo que ponerle nombre a su ropa. Otro día. Más vino.

Como decía, de vuelta en el supermercado, estaba repasando la lista de compras para la torta de limón que pienso llevar mañana y me faltaban los limones. Tuve dudas con la crema porque acá hay como un millón de productos parecidos y Google no sabe la diferencia. Y yo que creía que Google todo lo sabe... En fin, compré crema y mañana cuando prueben la torta me haré la canchera, como que el gusto a quemado y la consistencia casi líquida de la torta son a propósito. Pero igual seguía buscando los limones, antes de quemar la torta, claro. Por fin los encontré. Limones Bio, limas, limones en oferta, y LOS limones. Amarillos, perfectos y con mucho perfume. El mismo aroma que tenían los limones en la quinta de mi abuela, donde los veranos se estiraban como chicles Bazooka andando en bicicleta y baños en la pileta. Por un instante me fuí. Me fuí de la realidad espacio-temporal y fui una nena, una pequeña adolescente cansada del verano esperando que empiecen las clases para volver a usar mi cartuchera de dos pisos y compartimientos desplegables llena de lápices de colores ordenados minusciosamente siguiendo la escala cromática que huele tan bien y me da pena usar y la miraría para siempre... Y el limonero aburrido en el jardín, al lado de la pileta. Un limonero que quería llamar la atención haciendo berrinches aromáticos. Ahora que lo pienso, el limonero ya no está. Hace años que lo sacaron por alguna razón absolutamente incomprensible. Por aburrido quizás. Pero si por eso fuera, deberían haber liquidado los pinos hace mil años. ¡Y los inquilinos de la casa de al lado! Eran como 20 hermanos, o 5, que pasaron un verano eterno al lado nuestro. Al más grande le gustaba mi hermana mayor. A todos les chicos les gustaba. El hermano de él, el más... Nerd (no encuentro otro adjetivo), me llamaba la atención. Él ni me miraba. Ese verano nos tiramos bombas de agua, exploramos todo en las bicis, nos subimos a los autos (sin entrar en elllos) y hasta filmamos sketches de chistes que conocíamos con la filmadora de papá. Eso fue antes de que se la quemara. No sabía que se necesitaba un adaptador para cargar la filmadora. Y todo eso y más me sopapeó desde el limón que tenía en la mano, cerca de la nariz. Deberán haber pensado que me estaba drogando o algo. Pero era un pequeño pedazo de verano, de sol, pensé. Cosa que nunca hago, miré al pasar la "ficha técnica" de los limones. Decía, entre otras cosas, "origen: Argentina" (en alemán, claro). ¡Aaay! Como una sedienta en el desierto llené la bolsita de limones hasta que no cabieron más. Para la torta necesito dos limones. Ahora tengo que buscar recetas para usar la montaña de limones que tengo acá sobre la mesa, al lado de la torta líquida y quemada.

No hay comentarios: