lunes, 22 de septiembre de 2008

tic tac tic tac...


Y ahora estaba ahí, mirandome de frente, con la carta del tiempo entre sus dedos y dispuesta a lanzármela. Estaba tan angelical parada sobre el agua, mirando tan inocente y tan llena de gracia que no sentí desesperación ni miedo, y sabía muy bien lo que se venía.

Y así pasó. El tiempo se vino a mí, sin vueltas ni bailes. Me cayó con su peso de la eternidad vedada en menos de un instante, y la vejez se agolpaba en segundos sobre mi frente, y mis ojos, y mis piernas cansadas y la espalda que se arqueaba. Y todo duró lo que un silbido, una extraña sensasión de aceleración de años en unos ultracomprimidos segundos.

Por qué? no me hacía yo otra pregunta mientras envejecía sin más remedio. Ahora, ella miraba. Desde arriba, desde sus ojos jóvenes, desde la adolescencia suspicaz y perspicaz; una hermosa perversión inmadura. Sin embargo, advertí en sus ojos el pesar de mil años, la sabiduría de los incontables caminos y el endurecimiento de haber sufrido tantos despechos y dolores como son posibles en tantas generaciones como las que ella vio entrar en decadencia y morir sin más remedio. Y me importaba todo eso muy poco, no sé ni por qué lo estaba pensando mientras veía mi cáscara morir, entrar en la decadencia más absoluta.

Una comisura de su boca se estiró. Ella sabía que yo tenía que morir.

No necesita decir nada, me voy con sus ojos que son dos enormes agujeros negros, dos entradas a una caída tan enterna que se asemeja a un eterno flotar, volar, suspenderse. Ella porta el tiempo tras sus ojos, y no me lo mostró sino hasta un instante antes que tuvieran sus dedos que cerrar mis ojos abiertos en lágrimas que miraban extasiados algo tan inefable que es en vano intentar explicarlo. Ahora, creo que floto en una serenidad espesa, oscura y apacible.

1 comentario:

Fotos by Becky dijo...

Genial escrito y dibujo, me encanto!!